martes, 30 de noviembre de 2010

Tres favores

     Años atrás, en la tierra de donde es originario Salvador Lemis, una mujer tras escuchar el relato de una amarga experiencia mía relacionado con un favor, acotó tajantemente: "Y es por eso que no hay que hacer favores cuando no te los pidan." Esa aseveración se me quedó grabada en la mente desde entonces. Hace unas semanas Lemis nos propuso  al grupo de la Maestría en Psicoterapia llevar a cabo un ejercicio que contravenía la indicación de la mujer habanera: hacer tres favores a tres personas distintas, quienes a cambio del favor otorgado deberían hacer lo mismo a otras tres personas y cada una de éstas a otras tres y así sucesivamente. Quienes hayan visto la película norteamericana "Cadena de favores" se darán cuenta que el ejercicio se basa en el argumento principal de la misma. El objetivo de estas acciones en la película era supuestamente hacer del mundo un lugar mejor para vivir. El objetivo del ejercicio para nosotros: ver que sucedía en la vida real. Este es el relato de mis tres favores.

     Andar preguntando quien necesitaba un favor no resultó una buena idea. Las respuestas recibidas iban desde un "póngame un diez" por parte de mis alumnos hasta algunos albures por parte de compañeros de trabajo. Decidí que lo mejor era esperar la ocasión, y ésta no tardó en llegar. Viernes por la noche en Isla Mujeres, fin de semana sin Kanankil. Estaba listo para disfrutar de un sábado libre cuando recibo un mensaje de un amigo empresario que vive en otra ciudad y al que hacía algún tiempo no veía. Se encontraba en Cancún y quería verme al día siguiente para platicar de un asunto delicado. Lo primero que pensé fue "Uff que flojera, ir el sábado a Cancún...". Sin embargo decidí ir y así se lo hice saber. Resultó que tenía un problema con su esposa y se sentía muy mal, había viajado a Cancún para estar solo un tiempo pero quería hablar conmigo y saber mi opinión. Y así el par de hora que pensé invertir en  él se convirtieron en casi ocho horas; realmente se sentía mal y necesitaba compañía. Al despedirnos me agradeció haber pasado tanto tiempo con él y haberlo escuchado. Fue entonces cuando se me prendió el foco y me dije a mí mismo: "éste realmente es un favor que le hice". Así que le comenté que no era necesario agradecerme nada pero podría hacerlo realizando tres favores a tres personas, y habiendo confianza entre los dos le expliqué mi tarea y acordó hacerlo y mantenerme al tanto de lo que ocurriera. Listo el favor número 1.

     Tengo la suerte de ser vecino de la presidenta de Isla Mujeres por lo que la calle donde vivo es custodiada todas las noches por patrullas y un policía que casi siempre es el mismo. Una noche al pasear a mi pug como otras tantas noches saludé al agente y empezamos a conversar. La vida de un policía, al menos en Isla Mujeres, no es fácil: largas horas de trabajo, grandes riesgos y muy poca paga. Mientras me hablaba sobre ésto lo noté algo inquieto, como si quisiera decirme algo que no se atrevía. Finalmente me dijo que vivía en Cancún y que no tenía dinero para regresar a su casa a la mañana siguiente, con mucha pena me preguntó si podría darle prestado 20 pesos. Me pregunté cómo podría llegar a su casa con sólo esa cantidad. Le contesté que por supuesto y fui a mi casa por el dinero. Le dí 200 pesos, faltaba mucho para la quincena y tal vez necesitara más que 20 pesos. Al principio rehusó aceptarlos pero ante mi insistencia los tomó: Al darme las gracias le dije que no era necesario pero si deseaba agradecerme lo podría hacer devolviendo el favor a tres personas y pidíéndoles que hicieran lo mismo  con otras tres personas y así sucesivamente. Sonriente me contestó que sí lo haría y regresé a mi casa feliz de haber completado el favor número 2.

     Las oportunidades para hacer favores llegan de manera inesperada y en cualquier lugar. Una tarde en Cancún me encontraba en un supermercado apurado ya por regresar a mi casa en Isla. Había entrado para comprar cereal y no terminaba de decidir cuáles llevarme cuando a mis espaldas escuché un fuerte golpe y seguidamente unos quejidos. Al darme lvuelta para mirar que había sucedido ví a una ancianita en el suelo con sus mercancías regadas en el piso. La pobre señora no se podía levantar y se quejaba sobándose la rodilla. En el pasillo no había más gente y presuroso la ayudé a sentarse en el suelo preguntándole como se encontraba. La ancianita era menudita y muy delgada, no pesaba casi nada y estaba a punto de llorar. Confortándola la levanté y le pregunté si le dolía algo. Respondió que le dolía la rodilla pero que podía caminar. Sentí una gran pena por ella al verla caminar lentamente, solita y desvalida. Olvidándome de la cuestión de mi cereal la acompañé hasta la caja donde pagó y la encaminé hasta la salida. Le pregunté cómo iría a su casa y me respondió que en camión. Me la imaginé tratando se subir al camión y le dije que de ninguna manera, la acompañé hasta un taxi, la introduje en él y le pedí que le dijera al taxista donde vivía. Le pagué al taxista la dejada y me despedí de ella. Antes de que yo cerrara la puerta del taxi me tomó la mano y me dió las gracias por el favor. Después de que el taxi arrancó me di cuenta que había olvidado decirle de los tres favores. El favor número 3 se completó pero no pude iniciar la cadena.

     Hace aproximadamente dos semanas llamé a mi amigo para saber cómo estaba y aproveché para preguntarle  sobre la cadena de favores. Me contó que las cosas iban mas o menos con su esposa y que había hecho un favor a un cliente que estaba pasando por una situación económica dificil al hacerle un gran descuento,  le había pedido que siguiera la cadena pero que no sabía si efectivamente lo había hecho. Sé que es una persona muy ocupada y con sus problemas personales tal vez no tenga cabeza para pensar en hacer favores pero  le dije que le llamaría otra vez para saber que había sucedido. Le hablé hace dos  días pero no me contestó. Voy a insistir.
Al policía que cuida mi calle lo he visto varias veces y me ha ido contando sobre sus  tres favores: adoptó al perro de unos vecinos de mi cuadra que se fueron a vivir a Mérida, ayudó a cambiarse de casa a una prima y le hizo una piñata al hijo de un vecino suyo que cumplió años. A los tres les pidió como pagó la realización de  tres favores pero sólo sabe que su prima le hizo unos recuerditos al mismo vecino al que le hizo la piñata.

     Al realizar este ejercicio me he dado cuenta de lo fácil que es hacer un favor y que sin embargo pocas veces los hacemos. Me parece que vivimos tan inmersos en nuestras propias vidas y necesidades que nos olvidamos de mirar a nuestro alrededor y percatarnos de las necesidades de los demás. Tal vez la gente no hace favores porque no ha experimentado recibirlos. Tal vez han olvidado cómo hacerlos y convendría recordárselo al hacerles un favor, por pequeño que sea. Y tal vez así también se den cuenta de lo bien que se siente hacerlos, no para esperar algo a cambio, sino por el simple placer de hacerlos. Nunca está de más hacer un favor, aunque no te lo pidan. 

 

 


   


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